Vírgen de la Cabeza de Zújar
Programación de festejos abril de 2014 “Primavera”
Semana Santa de Baza del 14 al 20 de abril.
Romería Virgen de la Cabeza con subida al Cerro Jabalcón en Zújar el último
domingo de abril.
También en estas mismas fechas hay
fiestas en Benamaurel y Cúllar con desfiles de moros y cristianos.
Cuando tenía diecisiete años
escribí un relato inspirado en esta romería que titulé Parecía la misma mañana. Hoy lo hubiera narrado de otra forma
pero respeto el momento en que lo escribí.
En aquellos tiempos, mucha gente
hacia promesas sufridas como subir y bajar las empinadas cuestas descalzos y,
en algunos casos de rodillas, empleando para ello dos o tres ocasiones en
sucesivas romerías. Siempre esta romería se ha celebrado el último domingo de
abril. Hoy en día la fiesta está muy bien organizada y, si madrugas, puedes
subir en coche hasta cerca de la ermita, punto más alto del recorrido. Vale la
pena porque desde allí puedes contemplar un paisaje espectacular en todas
direcciones, y es que el Cerro Jabalcón no está asociado a ninguna cadena de
montañas, emerge de lo más hondo del valle y ningún obstáculo tapa la visión
entre norte y poniente. A sus pies está el Pantano del Negratín, al Este la
olla de Baza y debajo del cerro los baños termales de Zújar, conocidos desde
época romana y famosos por su aguas curativas.
Este año se han inaugurado los nuevos baños termales, en sustitución de los
antiguos, que quedaron inundados por las aguas del pantano. Al lado está el
hotel rural Alcanacia. Un día allí
comí un plato típico de esta zona; “gachastortas”, y os puedo decir que estaban
muy buenas y me vinieron a la memoria tiempos pasados.
En esta semana festiva no sólo
tenemos fiestas en Zújar sino también en Benamaurel y Cúllar, con sus espectaculares
desfiles de moros y cristianos. En Baza destacan los pasos de su Semana Santa,
donde los costalero aúnan esfuerzos para que todo salga bien “OS ESPERAMOS”
PARECÍA LA
MISMA MAÑANA
Los cohetes explotaban y su estruendo rebotaba de roca en roca hasta descender
a las últimas peñas de Jabalcón, cerro situado al Noroeste del Altiplano de
Baza y muy cerca de Zújar. La mañana era
fresca y serena en aquel último domingo de abril de 1954. Era el día de la romería en honor a la Virgen
de la Cabeza y quedé con unos amigos para subir al cerro. La costumbre era
subir a la ermita a la “Chiquitilla”,
como la llamaban cariñosamente los lugareños, para después de la misa en la
ermita descender con ella hasta el pueblo.
Nos mezclamos con la muchedumbre, que a pie o a caballo, ascendían las
empinadas rampas hacia la ermita de la cumbre. Canciones, risas y
conversaciones típicas fluían de las bocas de los jóvenes como una fuente de
inagotable alegría. Varios mendigos, pertrechados a los lados del camino,
pedían la voluntad a los fieles de la romería.
Algo llamó mi atención y me quedé atrás, perdiendo de vista a los amigos
que me acompañaban. Una joven subía de rodillas sola, sin compañía que le
hiciera más llevadero el cumplimiento de su promesa . Seguramente esta
penitencia se la ofrecía a la Virgen por haber salido bien parada de algún
contratiempo, como era costumbre. Su rostro era bonito y gracioso. Todo en ella
destilaba pureza; su blanco ropaje o su rubia melena, que jugaba con la brisa
de la mañana. Me acerqué y le pregunté bobamente que si sufría mucho. “Poca
cosa”, contestó con una leve sonrisa. Entonces le pregunté por su familia y
amigos o si es que quería cumplir la promesa en soledad y su rostro se
entristeció. Vaciló unos segundos y después asintió con la cabeza. Por la cara
que ponía me di cuenta de que mis preguntas eran inoportunas así que cambié de
tema tratando de alegrar un poco aquella conversación.
La muchacha daba muestras de cansancio y algunas gotas de sangre
manchaban las almohadillas que llevaba puestas en sus rodillas. Me dio pena y
traté de convencerla para cumplir la promesa por ella. Me agradeció el
ofrecimiento y me dijo que eso no era posible. Seguí acompañándola intentando
de animarla y al llegar a las peñas llamadas
“Dientes de la Vieja” nos detuvimos.
- Vas muy fatigada. Deberías dejar a la mitad la promesa para otro año.
Eso voy a hacer, -dijo poniéndose de pie, - y agradezco mucho tu compañía.
- Dime al menos tu nombre.
- Me llamo Felisa, pero me dicen Felicita.
Las voces de mis amigos interrumpieron la conversación. Me llamaban
mostrando una bota de vino.
-
Vuelvo enseguida. -le dije
mientras me miraba como pidiendo que no me fuera, y cuando llegué hasta el
grupo y me di la vuelta, ella había
desaparecido.
Algo
me dijo ya entonces que no la encontraría en la ermita ni en el camino de
regreso tras la misa, pero no por ello dejé de buscarla. Llegado a un punto,
las palabras y carcajadas de mis amigos me parecieron ecos lejanos y sentí
necesidad de ausentarme. En la bajada encontré muchos grupos que hacían altos
en el camino pero en ninguno de ellos brillaba su melena dorada ni sus blancos
ropajes.
Todo un año duraron mis dudas: ¿Quién sería aquella chica? ¿Por qué no
la encontré después de haberla buscado tanto? Apenas habíamos cruzado unas
palabras, pero su recuerdo se instaló en mí con ansias de eternidad.
Al año siguiente por fin llegó la deseada romería. Las canciones y risas
volvieron de nuevo entre las rocas olvidadas. Todo estaba igual, parecía
la misma mañana que conocí a Felicita. Subí despacio la cuesta y al llegar a una piedra
llamada los “Dientes de la Vieja”, me senté bajo ella. Allí, a mitad del trayecto, esperé un
buen rato. La Virgen subía rodeada por
la muchedumbre. Pasó y me quedé con ganas de acompañarla. Un poco retrasada
venía una señora mayor toda vestida de negro. Subía andando sola y al llegar a
la piedra, se puso de rodillas y empezó a subir lentamente. Me fijé en ella
detenidamente y pude comprobar que su semblante y sus ademanes me recordaban
mucho a los de Felicita. Me acerqué y le pregunté:
- Señora, ¿no le parece muy dura la promesa?
Entonces levantó la cabeza y me
contestó:
- Sólo
he venido a terminar de cumplir una promesa. -y siguió avanzando penosamente
con sus rodillas.
Al
mirar su rostro un horrible presentimiento me hizo de nuevo preguntarle:
- En este mismo sitio conocí una
muchacha. Me dijo que este año vendría a terminar de subir la cuesta… Era muy
guapa y se llamaba Felicita.
- ¡Mi hija! -exclamó la mujer levantándose y
llorando desconsolada.-¿Es que usted la conocía? Ella no ha podido venir a
cumplir lo que tenía prometido… La pobrecita ha muerto.
-
Sí la conocía. -contesté absorto
y consternado por la noticia.
Consolé como pude a la señora, me despedí de ella y descendí lentamente
del cerro. Los ecos de la algarabía, amplificados entre las rocas, fueron
perdiendo fuerza conforme me alejaba hasta hacerse murmullos que creí venidos
de otro tiempo. Como en los sueños, nada era exactamente lo que parecía y el
dolor y la alegría se mezclaron entre la muchedumbre enfervorizada en un
moteado impresionista que resbalaba sobre el serpenteante camino. Las voces de
mis amigos llamándome me sacaron de mi abstracción. Uniéndome a ellos Me uní a ellos recobré un poco la alegría.
José Padilla Valdivieso
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