sábado, 13 de febrero de 2016



                                                          RELATO   ACTUAL
                  Era un domingo de primavera cuando Julián salió de casa para dar un paseo con su hijo de cinco años, mientras su señora se quedaba haciendo las tareas propias del hogar, vivían en una urbanización sin terminar por los problemas de la crisis del ladrillo.
           Con su niño de la mano y la ilusión de seguir adelante en esta etapa tan complicada de la vida; comenzó su paseo junto a un descampado donde unos niños jugaban al fútbol. De pronto los niños se amontonaron soltando entre si todo tipo de insultos, e incluso llegando a las manos. El que arbitraba el partido intentaba poner paz sin conseguirlo. Julian el padre del niño le echó una mano para que el juego llegara a normalidad, a continuación tomando a su hijo de la mano se alejó de aquel lugar.
          Papá papá  ¿porque se pegan?, preguntó el niño asustado
          El padre no tuvo repuesta pero no quería que el niño viera esto y se alejaron de aquel lugar. A lo lejos pudo comprobar que una pareja discutía con violencia y otros menores fumaban porros debajo de un almendro. Dio giro y por una vieja carretera se adentró por zonas agrícolas.
          Julian de 27 años quería mucho a su niño y a su pareja por eso intentaba que no presenciara actos violentos. Aquella tarde lo llevaba de paseo al campo porque en casa tampoco viera la T.V.donde ponen muchas cosas no actas para los niños de su edad. Juan que así se llamaba el niño para su corta edad se expresaba muy bien y siempre le hacia preguntas de difíciles de responder.
          Por fin padre e hijo paseaban solos alejándose de la urbanización, cuando el niño mirando al suelo observaba a un escarabajo en el asfalto con las patas boca arriba, que intentaba darse la vuelta para poder caminar. Señalaba al suelo y mirando a su padre exclamó: Papá... papá ¿que le pasa ? Parece que se está muriendo.
          Juan le dijo el padre: Es que ha tenido la mala suerte de caer boca arriba en el asfalto y como el sol le da de lleno, tiene pocas posibilidades de vivir, en el campo siempre hay alguna planta donde pueda agarrarse y darse la vuelta.
          El padre que desde niño le enseñaron a respetar la naturaleza, encontró un motivo para ir iniciando a su hijo en el respeto que debemos por todo el conjunto natural que nos rodea, y le explicó: Mira Juan el asfalto ha estado a punto de matarlo pero nosotros lo vamos a salvar. Cogió un palito del campo in sin tocar al insecto lo acercó a sus patas que movía sin cesar y se aferró fuertemente a el.
          Mira juan ahora lo vamos a dejar entre las hierbas le dijo mientras se salía de la carretera. Allí ante los ojos del niño el escarabajo ya libre desapareció entre las sombras 
          El niño al contemplar esta acción gritó alegremente:  Papa... papá ...lo hemos salvado.. lo hemos salvado...
          La tarde va cayendo, padre he hijo retornan satisfechos sobre todo Juanito que está deseando de llegar a casa para contar a su madre, para el esta gran "aventura".




                                                                                                  J. Padilla Valdivieso

                                                                                                       13-02-2016   














   

miércoles, 27 de enero de 2016




                                                                   CARBONCILLO

     El día trece de enero de 1985, en compañía de unos amigos y de mi hijo, subimos por el camino de la sierra para de explorar una gruta natural que ellos habían visitado en domingos anteriores.
     
     El equipo que llevábamos era escaso y rudimentario; dos cuerdas de veinte metros, unos  cascos, un carburo, linternas, brújula, cinta métrica, papel y lá piz  

     La entrada de la cueva estaba tan disimulada entre los pinos que nos llevó un buen rato encontrarla, bueno a ellos porque yo , era el más viejo del grupo, esperé al socaire de unos matorrales a que ellos avisaran de que la habían descubierto, lo que no tardó en suceder. Entonces les dije que era necesario retener en la memoria los montículos y señales mas destacadas del terreno para que en otra ocasión la encontráramos más fácilmente. Antes de entrar tomamos unos bocadillos entre tragos de "fanta". El vino del país lo dejamos para el momento de la salida, así nos ayudaría a combatir el frío de la mañana.

     La entrada de la cueva era una gatera que más delante se convertía en una enorme grieta con una longitud cercana a los doscientos metros en sentido oblicuo y en algunos lugares casi vertical, alcanzando profundidades de más de veinte metros. Después de descender a lo más profundo de estas hendiduras, que se van estrechando hasta cerrarte el paso, te sientes confortado por una temperatura muy agradable. Estudiando someramente la orografía del terreno mi conclusión de que debía pasar un acuífero (venero) a unos cincuenta metros de profundidad, en dirección noroeste hacia el valle de Baza, y que este paso de agua produjo, a lo largo de cientos de años esta oquedad alargada y gran cantidad de estalactitas y estalagmitas. Se advertían tres movimientos en la vida de la cueva, producidos quizás por terremotos o por el simple pero constante paso del agua, que habría ido socavando el lecho de arenisca de esta afilada hendidura.

     Todo fue bien dentro de la cueva; pasamos el tiempo distraídos observando las figuras que formaban los chuzos, muchas parecían esculturas de cera derretida y cobraban una presencia espectral y a la vez divina iluminadas después de tanto tiempo por la tímida luz de nuestros cascos. Otras estalactitas estaban en una fase de formación más temprana, de hecho la arquitectura de la cueva y sus catedralicios relieves debían su arte a la más azorosa naturaleza , su inspiración no se secaba, pues no paraba de gotear agua .

     Cuando regresábamos vimos un pequeño murciélago que pendía de una cúpula dentada y nos lo llevamos a casa como recuerdo. Al principio, rechazamos la idea de soltarlo en el piso, pues se trataba de un bicho feo en torno al cual se habían gestado muchas supersticiones, pero finalmente decidimos liberarlo dentro de la vivienda, una vivienda de humanos, para que volara libremente por todas las habitaciones. Mi hijo pequeño de nueve años le puso de nombre "Carboncillo" y el extraño animal se hizo simpático en los doce días que convivió con nosotros.

     Su primer vuelo por toda la casa fue largo, curioso, como si Carboncillo estudiara el lugar donde se hallaba, después se colgó hacia abajo con sus patitas de la barra de la cortina y allí permaneció hasta la noche . Los sonidos debían molestarle, pus movía las orejas sobresaltado cuando se le hablaba y, mientras mirábamos la televisión con la luz apagada, empezaba a planear rozando nuestras cabezas, una y otra vez, como si quisiera decirnos que lo devolviéramos a su ambiente, a su gran mansión de soledad y silencio.

     Carboncillo nunca dió una queja ni emitió sonido alguno, pero de alguna forma establecimos un código y, cuando su vuelo se hacía insistente, le abríamos la puerta del baño dejando correr el grifo un hilo de agua. Se enganchaba y bebía con ansia  mientras se dejaba acariciar sus pelillos de ratón.

     Yo pensaba que comería insectos pero, en realidad, el cambio lo estaba matando. En sus últimos vuelos su sistema de radar fallaba y rozaba las paredes. Creí que se adaptaría al ambiente, que seria un simple despiste, pero no ocurrió así. Se fue debilitando y la última noche no tuvo fuerzas para engancharse del grifo y cayó a la bañera. Mi hijo me llamó asustado diciendo que Carboncillo se había caído. Acudí y pude verlo arrastrarse sin fuerzas. Lo puse con mucho cuidado sobre una hoja de periódico para ver si era un ligero trastorno y se le pasaba pero cada vez se movía con mayor dificultad, se apagaba irremediablemente. A mi hijo Miguel Angel se le formó un nudo en la garganta cuando le aseguré que Carboncillo no volvería a volar. Aquella diminuta criatura estaba pagando con su vida nuestra tremenda ignorancia acerca de su forma de vida. Nos cansamos de mirarlo y ala mañana siguiente ya estaba muerto, con sus orejillas de punta, como si fueran de finísima cartulina.

     Fui consciente de que nuestro capricho egoísta no era un buen ejemplo y aproveché la ocasión para aleccionar por diferenciación, ya que no por imitación, y le dije a mi hijo que no volveríamos a tener cautivo a ningún animal, que la libertad de Carboncillo era pura como el aire de la sierra, y callada como la vida en la gruta y más digna que nuestra libertad, derecho muchas veces mal interpretado.

     Desconozco el nombre de aquella cueva y, desde entonces,la llamamos "La cueva de Carboncillo", en honor a aquel quiróptero que´con su extraño lenguaje, nos suplicó que lo devolviéramos a su hogar. Es posible que, en aquella tranquilidad donde no parece contar al tiempo, la pareja de Carboncillo aún le espere y crea, ajena al desenlace de su historia,que cuelga con con perezoso letargo de alguna arista cercana.


                                                                                       J. Padilla Valdivieso

 Relato de mi libro  Vidas de Antaño           26 de enero de 2016