En este blog os iré informando de
todos los eventos de la zona y fiestas
locales del Altiplano. Lo típico en esta temporada es visitar los vinos del
país. Esta tradición consiste en unos locales tradicionales que abren unos
cinco meses al año para vender sus vinos jóvenes, elaborados de forma
artesanal. Suelen acompañarse de platos como arenques con tomates, careta o
chicharra. Esta tradición popular es muy antigua en Baza.
Vinos del país Viña Baza
Todos los meses en mi blog os
ofreceré un nuevo relato de literatura popular inspirada en de hechos acaecidos
en el Altiplano de Granada. En este mes de marzo en que termina el invierno os presentaré
el relato:
El invierno de Fahima
Las nubes pasaban ligeras en aquel día que mi amigo recuerda remotamente.
El frio invierno se hacía sentir y sólo de vez en cuando los rayos del sol
lograban sobrepasar aquel cielo triste y oscuro. Era 1953 Juan tenía dieciséis
años y vivía en un cortijo a dos kilómetros
del pueblo. Faltaban quince días para la navidad. Era día de mercado en
el pueblo y sus padres habían ido a vender pollos, huevos y conejos para poder
comprar alguna ropa de abrigo y calzado.
El perro empezó a ladrar y Juan
miró hacia la vereda, observando que se acercaba una mujer con un perro y un
asno de reata. Cuando estuvo más cerca comprobó que se trataba de una mujer
joven. Tenía aspecto de cíngara o de bohemia, por sus cara y sus formas de
vestir; falda larga, pelo largo y negro a juego con sus ojos, grandes y negros,
y con un gracioso lunar en la mejilla. Era de una familia de nómadas que habían
acampado en los arrabales del pueblo. Llevaban tres tartanas tiradas por asnos
y hacían trabajos de orfebrería, entre
otras labores, que cambiaban por alimentos para poder subsistir. La muchacha se
acercó hasta donde estaba Juan y le dijo: -¿No tienes un poco de paja para mi
asno? El pobre está muerto de hambre.
El asno, con gran calma, parecía
afirmar con el movimiento de su cabeza lo que la chica decía. Juan lo acarició y palpó los huesos del
animal bajo su abundante pelaje. El
perro de la chica también le miraba pidiendo
comida, sin hacer caso de la perra de
Juan, que quería jugar con él. La chica miró el semblante de sus criaturas y
guardó silencio como avergonzada.
Juan comprendió la situación y le dijo que se podía resguardar del
viento en el chozón, que era el lugar para guardar los aperos de labranza y
donde su madre desgranaba maíz, partía almendras o hacia otras faenas agrícolas
para no ensuciar su casa. Juan tenía
miedo de que sus padres volvieran pronto y por eso no invitó a la chica a
calentarse en la chimenea de su casa, temía que le regañaran por dar cobijo a
una desconocida. Fahima, que así se
llamaba la chica, se refugió con el asno y el perro en el chozón y Juan entró
al poco con una espuerta llena de paja y cebada para que comiera el asno, que
nada más ver la comida abrió unos
grandes ojos y comenzó a resoplar. Juan volvió a acariciar su lomo esquelético
mientras él comía con avidez y movía el
rabo en señal de agradecimiento.
Juan fue de nuevo a casa y volvió con un plato de chorizos, tocino magroso,
pan y un porrón con vino de su cosecha. Lo colocó todo sobre una mesa de
matanza e invitó a Fahima a sentarse a la mesa. Juntos comieron, no sin cierta
desconfianza de Fahima, que no entendía el motivo de tantas atenciones y temió
que Juan quisiera cobrarse de alguna forma deshonesta, pero conforme pasaba el
tiempo y miraba a Juan hablar con la mayor inocencia esos temores fueron
desapareciendo. En la mesa Fahima aunque mostraba cierto pudor, no lograba
ocultar su gran apetito, y era cosa curiosa ver unos labios tan delicados
engullendo a tal ritmo el tocino o el chorizo. Los perros también querían
participar de la comida y estaban nerviosos pero Juan los fue calmando
tirándoles pan y cortezas de tocino y formaron parte del ambiente extrañamente
feliz que se vivía.
Bebieron
unos tragos de vino y las miradas de los jóvenes se cruzaron. Mientras, como un
milagro, el sol apartó las nubes y bañó
con su cálida luz aquella escena del incipiente amor entre dos adolescentes.
Después de la comida Juan le enseñó las figuras de barro que estaba preparando
para el belén. Solo tenía la de la
Virgen, las demás se las modelaba él mismo con arcilla porque no tenía dinero
para comprarlas. Las secaba en el chozón, las cocía en el horno y después las
pitaba. Le enseñó el niño Jesús y lo puso en las manos de Fahima para que
contemplara aquella preciosidad. Al hacerlo, las manos de Fahima y Juan se
unieron sosteniendo al niño. Fahima ya no pudo más y rompió a llorar
desconsolada. Su vida era una tragedia;si seguían las cosas así, su enferma
madre no podría resistir aquel invierno y los burros no tenían fuerzas para
tirar de las tartanas hasta la costa, que era más cálida . Aquella gélida noche
dormirían todos juntos para darse calor en el interior de las tartanas. Juan
muy afectado por la historia de la muchacha, tomó una vieja funda de colchón y
se la llenó de paja para los otros asnos, junto con un buen talego de cebada
para que les pusiera pienso a todos Se estaba haciendo tarde y se despidieron.
La pequeña Fahima abrazó a Juan, que casi rompe a llorar de la impresión de sus
palabras. Solo un roce en los labios y
después un escalofrío al separar sus cuerpos. Se alejó Fahima con su asno y su
perro por la misma vereda por la que había llegado. La tarde iba cayendo y Juan
la fue siguiendo con la mirada hasta desaparecer entre los olivos. Aquella
noche no pudo dormir y a la mañana siguiente fue al arrabal para descubrir que
el lugar estaba desierto; los acampados se habían marchado.
Nunca supo más de Fahima y nunca pudo olvidar
aquel invierno. Me pregunto cómo es posible que Juan recuerde esta sencilla
aventura, cuando él en su vida ha conocido íntimamente a muchas mujeres. ¿ Que tenía Fahima para
recordarla después de tantos años?
Mi amigo Juan, que sabía que me
gustaba escribir relatos, me contó esta historia por si la podía aprovechar: Tambíén
me decía que todo había cambiado mucho, que la navidad era distinta; ya el
belén no se ponía en muchos hogares y Papá Noel cada año escalaba más fachadas,
desplazando nuestras costumbres.
José Padilla Valdivieso
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