martes, 21 de octubre de 2014

   El otoño ha llegado en este mes de octubre;  los arboles se despojan de sus hojas amarillas, nosotros recordamos los buenos momentos de la primavera y del verano y nos vamos preparando para recibir de nuevo al invierno. Es la noria de la vida, que gira sin que nadie la pueda detener. Pronto llegará el invierno, propicio para pensar en sus largas noches al lado de una chimenea en el cortijo, teniendo de fondo el sonido característico del chisporroteo de la leña  al quemarse. Me gusta meditar en soledad en este ambiente y puede que de nuevo recuerde alguna historia del pasado que no dudaré en poner en mi blog.
   En esta ocasión os ofrezco el relato ‘Los higos de Doña Concha’, de mi libro Vidas de Antaño.

                                                         Los Higos de Doña Concha

Iniciaremos el relato poniendo nombres a nuestros protagonistas, nombres falsos que no se refieren a nadie en concreto. Sólo pretendo recordar una época pasada para que los jóvenes de hoy comprendan los sacrificios de nuestros mayores y, éstos a su vez, recuerden  Vidas de Antaño.
   Fue a mediados del 1947. Después de la guerra civil España estaba destrozada en lo económico y en lo moral; odios y rencores entre vencedores y vencidos, heridas que sólo el tiempo ha podido ir cicatrizando. Había hambre, las viviendas eran escasas y las familias errantes tomaban por hogar cualquier puente o excavaban en el terreno cuevas  para poder combatir el frío o el calor. Los más afortunados que gozaban de ciertas amistades podían instalarse en algún cortijo cuidando las tierras con los aperos del señorito o bien trabajar de muleros, gañanes o pastores, sin más sueldo que la comida, escasa y mala, y cobijo en los peores lugares de la casa, sin luz ni agua corriente. Se daba también la paradoja de que cuando los aduladores del señorito conseguían alguna finca para cultivarla a medias, eran más usureros que el propio señorito y explotaban sin piedad a sus compañeros trabajadores.
   Situándome en aquella época, intentaré contar otra curiosa anécdota de nuestros protagonistas: Luis; María y sus hijos Eduardo y Juan. Como ya sabéis, esta familia vivía en un cortijo que era propiedad de una señora del pueblo; Doña Concha, viuda, de mal genio y propietaria de varias fincas de las que los labradores tenían que darle la mitad de la cosecha en concepto de renta. Su quehacer consistía en ojear la cosecha y la era rodeada de hacinas de trigo y demás cereales, para que no le sisaran los labradores ni se comieran el grano las gallinas.
   Un día visitó a los labradores sin previo aviso, recorrió la huerta para ver las hortalizas y los frutales y se detuvo un momento contemplando una pequeña higuera, entre cuyas grandes hojas se podían contar cuatro higos aún verdes. Al verlos empezó a llamar a Luis a grandes gritos. Este, dejando las tareas de la era, acudió corriendo.
- ¿Qué desea doña Concha?
- Mira Luis, esta higuera es muy buena y quiero probar los higos, así que ojo con que estos no se pierdan. ¿Me has entendido?
- Sí señora. ¿Manda algo más la señora?
- No Luis. Puedes retirarte.
   La visita de Doña Concha terminó dejando como despedida un perfume recargado y de mal gusto que se mezcló con el olor de las plantas del campo.
   Pasada una semana, Luis fue a la higuera para comprobar si los cuatro higos estaban maduros. Se llevó un gran disgusto pues sólo quedaban dos; sus hijos se los habían comido los que faltaban a pesar de que estaban advertidos. Subió a casa muy enfadado repartiendo pescozones a los niños y discutiendo con su mujer.
   Al día siguiente colocó en una cestita de esparto unas hojas como adorno en el fondo y los dos higos que quedaban, aparejó la mula y se dirigió al pueblo a casa de Doña Concha. Con timidez levantó el aldabón dorado de la puerta y llamó, y como nadie contestaba repitió con más fuerza los aldabonazos. Por fin, Doña Concha respondió:

- ¿Quién es?
- Gente de paz. –exclamó Luis.
   Posiblemente Doña Concha estaba durmiendo y Luis tuvo que esperar más de veinte minutos, durante los cuales consiguió leer la única frase que decía: “Dios bendiga esta casa”. Estaba escrita en un cuadradito a la entrada de la casa.
- ¡Hombre Luis ¡ ¿Qué te trae por aquí?
- Mire señora, venía a traerle los higos de la nueva higuera para que los pruebe.
   Mientras lo decía, alargaba la cestita con sus manos inclinando su cuerpo hacia delante, como si hiciera una reverencia. Doña Concha tomó la cesta y en seguida se dio cuenta de que solamente había dos higos.
- Luis. ¿Qué me traes aquí? Había cuatro.
- Perdone señora, mis hijos se los han comido…Ya sabe como son los niños.
- ¿Y cómo se han comido mis higos?
- Señora, les he dado una paliza. No lo harán más.
     - ¿Y cómo se han comido mis higos? -volvió a decir Doña Concha con grandes gritos de indignación.
       Luis cambió de postura y, en un gesto valiente, arrebató la cesta a Doña Concha, se puso frente a ella y se comió un higo de un bocado mientras le explicaba:
-     Señora, así se los han comido.
   Cogió el que quedaba y, ante los ojos atónitos de Doña Concha se lo comió también repitiendo la misma frase y gesto explicativo. Después se dio la vuelta y se marchó, triste pero satisfecho, triste porque sabía que pagaría caro aquel gesto de orgullo y dignidad, como así fue: Doña Concha lo expulsó del cortijo.
  Tanta avaricia para nada; Doña Concha ya murió y el cortijo de este relato hoy es un montón de escombros que pocas personas recuerdan.

                                                                                                                      José Padilla Valdivieso



martes, 2 de septiembre de 2014

En esta ocasión, próxima al mes de septiembre y a la feria y fiestas de esta ciudad de Baza, incorporo a mi bloc el relato “Marivió” de mi libro Vidas de Antaño. No pretendo demostrar que aquellos tiempos 1956 y 1957 fueran mejores, solamente os diría que eran distintos. Este relato está basado en hechos ocurridos hace unos 58 años en esta feria y fiestas de Baza. Observareis como era la adolescencia y el respeto que sentían los chicos por la mujer con un trato exquisito y ejemplar.
   En aquellos tiempos, una mirada, el roce de una mano o una sonrisa era algo maravilloso para muchos jóvenes, la felicidad no se compraba sólo se esperaba con paciencia a que llegara y cuando esto sucedía de una manera natural el cuerpo y la mente salían fortalecidos. Solamente en ocasiones un vaso de vino de poca calidad con los amigos aliviaba las penas.  
   También quiero agradecer y animar a los que visitan mi blog desde lugares tan lejanos como Estados Unidos o Canadá, que comenten mis relatos, así me iré corrigiendo y adaptando a las actuales generaciones.        

                                     MARIVIÓ
    A continuación, relataremos el primer amor de Eduardo. Así comprenderemos lo deprisa que ha avanzado este medio siglo. En cualquier caso, el amor es un sentimiento siempre bello que sólo ha variado en su grado de expresión; se ha pasado de la ingenuidad al descaro. Bendito descaro si obedece a un sentimiento sincero.
     Vino al pueblo un pequeño circo llamado Marivió. Recorría muchos pueblos de de España desde hacía varios años, siempre de feria en feria pregonando lo mismo pero en distinto lugar para despertar la curiosidad de las gentes y hacerles pasar por taquilla.
     Era tan pequeño el circo Marivió que el público dudaba de la calidad del espectáculo pero ¿Quién se lo iba  a perder por dos pesetas? En el interior había unos muñecos mecánicos que divertían al público con sus graciosos giros, el resto estaba en la puerta; una joven de unos diecisiete años sentada detrás de una mesa de cristal que hacía de taquilla. Desde allí lanzaba su voz cálida al viento con un micro en la mano. La sonrisa en los labios y la hermosura de sus ojos, que eran los que sabían retener al público mientras gritaba:
            -¡Circo Marivió!  ¡Circo Marivió! Pasen cuando gusten y salgan cuando lo deseen.
     El timbre suave de su voz se mezclaba con el trajín de la feria y  atraía a más de un joven para admirarla. Se llamaba Violeta, nombre de flor escondida y humilde. Dependía del público y por eso tenía que estar expuesta a los ojos de la gente, pero tenía la timidez de la flor que llevaba su nombre. Una flor tan bonita al borde de una senda por donde no dejaba de pasar gente caprichosa duraría bien poco. En efecto, un hombre de malas intenciones la estuvo acosando con una constancia increíble hasta que despertó el corazón de Violeta. No es cosa difícil enamorarse en la adolescencia y más cuando el hombre era del gremio y la seguía a todas partes.
     El tiempo demostró que no era amor lo que movía a su compañero, quizás era un deseo caprichoso, la curiosidad o el orgullo de alcanzar una nueva meta y, conseguida ésta, solo iba a buscarla cuando las cosas no le iban bien, usándola como consuelo a su alborotada vida y destrozando su corazón sensible. Empezaron los sufrimientos de Violeta. Era su primer amor quizás porque no tuvo oportunidad de conocer a nadie más; solo estaba en un pueblo el tiempo que duraban las fiestas. Su padre, hombre serio y conocedor de la vida errante le solía decir.
     -No quiero que salgas con ese hombre. Tu hermana que es mayor que tú y no tiene novio y a ti no  se te pasa el tiempo. Ya sentaremos un día la cabeza; cambiaremos de profesión y podrás conocer clase de personas que no estén tan maleadas de dar tumbos por el mundo.  Hija mía, hace tiempo que quiero que se pierda para siempre el nombre de Marivió y quiero que acabe limpio como ha sido nuestra familia. Si no hay otro trabajo volveremos a la tierra. Hace cuatro años que empezamos esta vida y estoy cansado, muy cansado. Quiera Dios que no muera sin apartaros de los ojos maliciosos de la gente. Piensan mal de vosotras porque tenéis que atraerlos con simpatía. Viciosos miserables. Que poca moralidad tienen. No entienden que mi Maruja y mi Violeta son honradas porque lo llevan en la sangre. Quisiera yo ver a sus hijas o hermanas en el ambiente en vosotras vivís. Entonces comprenderían que la verdadera honradez es la que se mantiene sólida, aunque esté envuelta en la maldad de esta vida. Tengo un temor desde que te ví hablar con ese hombre; procura apartarte.
     Diciendo esto salió de la carpa, dejando a su hija en un doloroso silencio. Su padre tenía razón pero quizá era un poco tarde y se sentía incapaz de contradecir al miserable.
     Una tarde Violeta, sencilla y alegre, hacía propaganda como acostumbraba, cuando su novio cruzó con una mujer de dudosa reputación. Una palidez mortecina asomó a su rostro. Su voz hizo vibrar el micro al decir:
     ¡Oiga! ¡Oiga! Por favor…
     Su hermana la miró con indignación y Violeta dio un final distinto a su frase:
     …saquen sus localidades.
     Transcurrió un año, durante el cual su pareja ya la abordaba. El amor que su amante había logrado grabar en la inocente mentalidad de Violeta ya no existía, tan sólo quedaba repulsión hacia el hombre que la había engañado y una profunda desconfianza hacia todos los hombres. Pero Violeta callaba; si su padre hubiera sabido toda la verdad, podría haber tomado una fatal decisión.
     Una noche de 1957, Violeta conoció en un pueblo andaluz a un joven. Se llamaba Eduardo y, como sabemos tenía el alma de un niño.
     Hacía rato que el sol no brillaba y las luces de Marivió lucían con esplendor. Todo era alegría en las primeras horas de la noche. La gente paseaba, los tocadiscos animaban el ambiente y los niños se montaban en el tiovivo o en los “caballitos “como allí se les decía. Miraban indecisos todas las atracciones sin saber a cual dirigirse. Los caballitos hipnotizaban a los más pequeños, cuyas ilusiones danzaban al ritmo de sus giros. De repente, se fue la luz en la feria. Unos gamberros no dejaban de molestar increpando a Violeta, que trataba de disuadirlos sin demasiado éxito. Súbitamente, una voz recia pero bien modulada ordenó:
 - ¡Cerrad la boca, cobardes! Habláis así porque tenéis las caras ocultas por la oscuridad pero a la luz del día os avergonzaríais delo que estáis diciendo.
     A estas palabras siguió un silencio, pues todos creyeron que se trataba de una autoridad. La duda no duró mucho porque la feria volvió a iluminarse y todos pudieron ver que se trataba de un joven que, a juzgar por su aspecto, debía de ser fuerte y ágil como un felino. Entonces  intervino el padre de Violeta, alejando definitivamente a los gamberros  y devolviendo todo a la calma
     Mientras Eduardo asistía al espectáculo Violeta se preguntaba quién sería ese joven tan apuesto que la miraba de modo extraño y decidió darle las gracias cuando acabara. Finalizado el espectáculo, la muchacha buscó con la mirada al joven que la había defendido y, por fin, se destacaron entre la gente unos ojos que, al mirarla, la estremecieron. Con la vista puesta en el suelo murmuró:
 -   Gracias.
-    No tiene importancia.
     Cuando Violeta levantó la mirada el joven había desaparecido y se quedó intrigada preguntándose quién sería.
     A la noche siguiente, cuando ya había perdido las esperanzas de volverlo a ver, se presentó Eduardo en la taquilla y le dijo:
     -Señorita, deme  una entrada.- y al decirlo sonreía de una manera amistosa.
     Violeta se las dio y, al coger las dos pesetas, halló entre ellas un caramelo. Alzó los ojos y el joven insistió:
  -Eso es para usted.
  -Gracias pero… ¿Qué me da? ¿Se burla de mí?
  -Nunca me burlo de nadie. No lo tire, guárdelo. –y diciendo esto se alejó.
     Violeta siguió vendiendo entradas y, no pudiendo resistir la curiosidad, llamó a su hermana para que ocupara su puesto. Deslió el envoltorio y empezó a desliar una cuartilla. Se trataba de una carta y no de un simple caramelo, y decía así:

   Admirada señorita:
  Ante todo, pido perdón por permitirme el atrevimiento de querer su amistad. También quiero decirle que si en algo puedo ser de su ayuda, disponga de mí sin ninguna vergüenza.
     Este es mi pueblo y esta es mi feria. Lo que ya no es mío es mi pensamiento desde la otra noche. Yo me paseaba y me divertía como todo el mundo cuando llegó a mis oídos una voz de mujer. Sentí curiosidad por saber de dónde salía y llegué hasta su circo. Me empapé de su simpatía y luego sentí sus ojos fijos en los míos al darme las gracias por defenderla. No sé qué hay  en el azul de sus ojos, pero parecen tener una sabia experiencia, un fondo sencillo y sereno, como las musas de los antiguos romances.
     Pero dejaré de elogiarla para pedirle algo; quisiera ser su amigo. Si lo consigo, podré decir que esta es la feria más feliz de mi vida y que quedará en mi memoria un hondo agradecimiento hacia usted.

Eduardo

  Mientras Violeta leía, su hermana Mari observaba como su rostro irradiaba alegría y le preguntó.
- Le has gustado. ¿Verdad?
- Parece que sí. Mira lo que dice.
Las dos leyeron de nuevo la carta y Violeta le contagió su pueril alegría
- Pobrecillo, es casi un niño. ¿Te vas hacer su amiga?
- ¿Qué remedio me queda?
- ¿Y el otro?
- Ni me lo nombres.
- Entonces ¿Qué piensas hacer?
- No lo sé. Lo que si te digo es que me guardes el secreto.
Mientras hablaban alguien las estaba mirando; era Eduardo. Ellas se miraron sorprendidas, pues no esperaban que volviera tan pronto.
- Me ha gustado su espectáculo, señorita. Lo encuentro gracioso y entretenido. ¿Y usted?  ¿Qué me dice de esa carta?
- Nada que también está muy bien
- Entonces ¿acepta mi amistad?
- Sí, pero dígame qué le ha movido a dirigirse a mí, habiendo tantas chicas en la feria que ya quisieran que usted les dijera algo.
- Eso es muy pronto para explicarlo.
- Ya comprendo. Usted tendrá su novia y en los ratos libres viene a divertirse con la niña del circo. ¿No es así?
- No es así. He venido aquí por algo que ni yo mismo sé, pero eso no quiere decir que no la estime.
- Pero si soy muy niña y muy poquita cosa. ¿No le parezco feúcha?
  - No tiene usted nada de fea para mí.
  - Entonces  ¿Se echaría una novia como yo?
Al decir esto, Violeta se quedó observando atentamente el rostro de Eduardo y advirtió que se había sonrojado y que no se atrevía a contestar. Violeta se emocionó; hacía mucho que no veía a un hombre ruborizarse ante ella y, antes de que hablara, apostilló:
- Piénselo, que estas cosas empiezan en broma y luego lo mismo duran  para toda la vida.
- Sí comprendo. A pesar de todo, estoy dispuesto a ser su novio.
Violeta se echó a reír mirando a su hermana, que no andaba muy lejos, y después prosiguió:
- No amigo, esto ha sido una broma. Es demasiado pronto para hablar de estas cosas. Además, mi vida es muy diferente a la suya. Podemos ser amigos los días que esté por aquí, si usted se porta como espero, y después me iré. Pero no se ponga así Eduardo. ¿No es así como se llama?
- Sí es mi nombre, ¿y el suyo?
- Si se fija en el nombre de mi circo verá que está formado por tres sílabas; las dos primeras corresponden al nombre de mi hermana Mari, y la última al mío, Violeta por eso el circo se llama Marivió
- ¿Y a quién se le ocurrió este nombre?
- Fue a mi padre.
- Me gustaría que me lo presentaras.
- No, ni pensarlo. Lo que debemos procurar es que no nos vea juntos.
Así empezaron a conocerse y cada día que pasaba sentían más tener que separarse. Violeta se percató de esto y comprendió que no podía utilizar a aquel joven, apenas un chiquillo dispuesto a todo antes de separarse de ella. “No puedo engañarle –se decía – No tengo valor ni él se lo merece. Pero  ¿para qué hacerse ilusiones con un hombre que no puede ser para mí?  Y el otro sigue con sus amenazas porque no acepto sus caprichos y cualquier día lo pondrá todo al descubierto. Dios quiera que lo que queda de honra pueda conservarla hasta la muerte. Le he prometido que esta noche lo esperaría al cerrar la feria. ¿Por qué lo he hecho? A la mejor es que siento algo por él. Pobrecillo, y me pedía permiso para darme un beso. Mi vida entera se la daría yo. Pero para que encariñarnos más, si no vamos a poder estar juntos, sí esta es la última noche y mañana dejaré este pueblo. En fin, acudiré para hacerlo entrar en razón aunque tenga que negar sus caricias.”
La feria se quedó en silencio, las casetas fueron cerrando unas tras otras. También las luces de Marivió se habían apagado. Eran las dos y media de la madrugada y en ese momento sólo se oía la orquesta de la caseta municipal interpretando un pasodoble que sonaba muy lejano. La noche percibe instintivamente la vibración de un corazón que esperaba y los ojos de Eduardo buscaron, entre las escasas luces, a alguien que no tardó en aparecer; era ella y esa noche estaba más bonita que nunca.
  - ¡Violeta!
       - ¡Eduardo!
       - No Eduardo, eso no. Me prometiste que sólo era para hablar con conmigo.
El abrazo frustrado de Eduardo dio paso a un gesto de dolorosa resignación y sus brazos cayeron inertes a lo largo de su cuerpo.
- Violeta ¿Por qué me rechazas? No te comprendo. Creí que tus ojos me decían que me querías pero ahora veo que me equivoqué.
- Eduardo, no te engañaron mis ojos. Hubiera sido mejor no conocerte porque me gustas pero no puede ser
Al decir estas atormentadas palabras, su esbelto cuerpo pareció desplomarse un momento. Eduardo la estrechó entre sus brazos y ella escondió el rostro en su pecho. Allí murmuró palabras casi inaudibles, como si directamente quisiera comunicar algo al agitado corazón de su compañero. 
  - Violeta. ¿Por qué lloras? No te preocupes. Iré donde tu vayas. Haré lo que tú me digas pero deja que te dé un beso.
De pronto sintió un cuerpo que se estremecía entre sus brazos y de aquella boca que tan cerca estaba de la suya brotaron estas palabras:
    - No lo hagas Eduardo, te pesará después. ¡Déjame!
 El joven la dejó desconcertado y ella rompió a llorar y emprendió veloz carrera hasta llegar a su circo.
Días después: Sólo quedaba de la feria el hueco vacio que antes ocupaban las casetas. La gente que pasaba no se detenía y cada cual caminaba imbuido en sus tareas, como era propio de los días laborales. Eduardo caminaba más despacio. Su cabeza inclinada parecía buscar en el suelo algún objeto perdido. Llegó al lugar donde había estado emplazado Marivió y se detuvo. Echó un vistazo a su alrededor y se retiró lentamente mientras la brisa jugaba en torno suyo haciendo remolinos con las hojas secas. Alguien se acercó
- Eduardo. ¿Qué buscas?
 - Nada.
 - Vente conmigo y tomamos unos vinos.
Se trataba de un amigo suyo que hacía semanas que no veía, fueron a una tasca del pueblo.
- Cuéntame algo, amigo. Nunca te vi tan triste.
- ¿Qué quieres que te cuente? ¿Sabes?  Me harías un gran favor si me ayudaras a escribir unos versos a una mujer.
- Podemos intentarlo. ¿Para quién son?
- Para esa chica del circo. ¿La conoces?
- La he visto.
- Es muy extraño el comportamiento de esta chica. Bebe mientras te cuento la historia. –dijo Eduardo.
Su amigo le escuchó en silencio y pidió otra ronda.
-Amigo, tienes que ayudarme expresando tus sentimientos sin reparos, porque es muy bonita esta historia y me gustaría escribirla si me das permiso.
Los dos permanecieron largo rato en el local imbuidos en la historia y su amigo escribió este soneto:
                 Yo he conocido una gentil Violeta
                  con sus ojos azules. Mi corazón
                  se fue muy lejos, murió la ilusión,
                  tan sólo me queda una esperanza muerta.
                  ¡Oh, mi más sencilla y amada Violeta!
                   Muchas noches he soñado tenerte
                   Junto a mi lado, volver a perderte
                   y, desesperado, hallarte inquieta.
                   Alejarte de ese ruido mundanal
                    para asirte a mi vida, más luego pensé:
                   “¿Más que el amor amará la libertad?”

                     Entonces, en mi sueño yo te solté
                    y, como una paloma que desea volar,
        .           miró dulcemente y llorando se fue.

   Posiblemente, este soneto llegaría a las manos de Violeta y al leerlo lloraría amargamente. Eduardo, ajeno a la suerte de Violeta, hoy es feliz con otra mujer junto a la que ha olvidado casi por completo los recuerdos de aquella feria. ¿Y ella? ¿Seguirá soñando y rodando por esos pueblos o habrá encontrado un árbol que le dé sombra? ¿La habrán conducido los zarpazos de la vida a una completa deshonra? Yo no lo sé.  ¡Pobre Violeta! Pero si tengo noticias de su vida podré ofrecer a los lectores de esta historia la segunda parte de Marivió.


                                                                                                          José Padilla Valdivieso 

jueves, 14 de agosto de 2014

  En este mes de agosto pleno de festejos en todo el Altiplano granadino quiero hablaros de Gor, un pueblo que está dentro del Parque Natural Sierra de Baza, y de sus fiestas populares con sabor a tiempos de antaño.
  Estos festejos de verano se celebran los días 8, 9 y 10 de agosto. Lo más destacado son sus encierros, con una antigüedad centenaria. Desde esta página os invito a presenciar o participar en estos encierros o en sus tres espectáculos taurinos. A mí en particular prefiero los encierros donde el toro no recibe ningún mal trato: es un juego limpio y serio a la vez entre el toro bravo y los mozos del pueblo y llegados de otros lugares. También se puede visitar previo aviso al teléfono 608959901 la ermita del Royo del Serval para ver la Virgen de Fátima. Como todos los años, tenemos lotería para la próxima Navidad,  el número: 03555 al precio de 23 €. Con el décimo también regalamos una papeleta en combinación con el sorteo de la ONCE del 27 de enero de 2014 donde te puede tocar gratis el alojamiento en esta misma finca para un total de 6 a 7 personas un fin de semana. Los interesados pueden reservar su décimo en el teléfono arriba indicado.
     También podéis visitar el Parque Natural Sierra de Baza, el Centro de Visitantes, situado en plena sierra y que suele organizar actividades relacionadas con la naturaleza. Otros parajes interesantes pueden ser las diversas aldeas abandonadas, las minas de mineral con grandes escombreras o restos de la arquitectura popular de los años, que nos demuestran cómo aquellos serranos eran autosuficientes y prácticamente no necesitaban comprar nada ni pagaban ningún tipo de impuesto.  Si están interesados en visitar algunos de estos lugares, nosotros haríamos de guías gratuitamente.
    En esta ocasión os mando un reportaje del alojamiento Finca los Belgas.  Sin otro particular un cordial saludo y perdón por la tardanza.  




                                                                    José Padilla Valdivieso

viernes, 4 de julio de 2014



Por José Padilla Valdivieso 




Un momento de la excursión en el faro de Cabo de Gata
© José Ángel Rodríguez

El domingo 15 de junio tenía lugar una excursión guiada de la Asociación Proyecto Sierra de Baza al Parque Natural Cabo de Gata, que contó con una treintena de participantes y la estimable compañía de la guía local Ana Martínez Martínez, que nos estuvo  acompañando y  dándonos explicaciones a lo largo del recorrido. Las experiencias y valoraciones, de uno de nuestros compañeros, que asistió a esta excursión, José Padilla Valdivieso, es plasmada en estos apuntes cronológicos, que nos pasa de esta jornada de campo por el Cabo de Gata:

Se salió de Baza a las 8:20 h. de la mañana en dirección Almería y pasando por Guadix. En Dólar desayunamos y después llegamos sin hacer paradas a Cabo de Gata, entrando como estaba previsto por el Retamar.
Conforme íbamos avanzando pudimos ver a la derecha la playa, y a la izquierda las salinas.  Ana Martínez Martínez, nuestra guía, nos iba informando desde el autobús o sobre el terreno de muchos detalles que, de haber ido solos, hubieran pasado desapercibidos, por ejemplo, había una franja ancha vallada donde no se podía aparcar; la finalidad era dejar crecer unas plantas que con su entramado de raíces no dejaban que el aire se llevara la fina arena de las dunas del litoral. También vimos una antigua plantación de pitas. Ana nos explicó que las querían para explotar su fibra haciendo cuerdas y otros derivados, pero con el descubrimiento de las fibras sintéticas (nylon), la idea quedó en desuso. También había chumberas, de las cuales hacían ricas mermeladas. Está demostrado que estas plantas pueden vivir en terrenos desérticos, pues sus hojas gruesas y carnosas le sirven de reserva de agua para aguantar largas sequías.  

Salinas del Cabo de Gata



Flamencos en las salinas de Cabo de Gata
© José Ángel Rodríguez

Volvimos los ojos a las primeras tablas de las salinas que, según Ana, se alimentaba desde la época romana por un túnel subterráneo por donde tomaban agua del mar aprovechando las corrientes de aire que se producen por razones atmosféricas (hoy el uso de motores se alterna con esta técnica). Al empezar la subida, pudimos ver una antigua mina de plomo. Más adelante, la carretera se estrechó peligrosamente, sobre todo porque íbamos bordeando un acantilado de gran altura. La verdad que este tramo peligroso se podría hacer más seguro con un semáforo que regulara el orden de paso para evitar cruzarse dos vehículos. Llegamos bien al Arrecife de las Sirenas un lugar de especial interés geológico e histórico. Geológico porque se puede contemplar desde el mirador las rocas volcánicas. Además, en la casa de la cantera las chimeneas formadas por lava cuarteaban la roca que, al enfriarse, formaban adoquines hexagonales que los romanos utilizaban para hacer calzadas. Históricamente, la costa estaba amenazada por piratas que saqueaban todo lo que podían. En época de Felipe II se hizo un red de torres vigía, pero su guardia no supo organizar bien su defensa, solo a la llegada de Carlos III  se reparó este error contratando hombres más preparados. 

Arrecife de las Sirenas


Panorámica del Arrecife de las Sirenas desde el faro de Cabo de Gata
© José Ángel Rodríguez

En cuanto al nombre del Arrecife de las Sirenas proviene de una leyenda originada entre los hombres que vigilaban en las noches de invierno. Éstos escuchaban, mezclado con el sonido del mar, los sonidos que producía la foca monje, que en aquellos tiempos existía en esta zona. Estos hombres, aunque sospecharan que se trataba de focas, preferían pensar que eran sirenas para vencer su miedo a lo desconocido. También estuvimos fotografiando el peñón de anidamiento de las aves marinas.
Ya de regreso, hicimos una parada en las Salinas del Cabo de Gata, para visitar uno de los observatorios de aves de las salinas.  Abundaban los flamencos, que se movían en grandes grupos por las aguas bajas, removiendo los limos de los fondos en busca de alimento, Ana nos dio una explicación ‘in situ’ de cómo la naturaleza dota a estas aves de zancas especiales adaptadas a la profundidad del agua y de unos picos especializados para comer  seleccionando lo que encuentran en las charcas. Nos puso como ejemplo de estas aves adaptadas a las salinas y a su fauna al flamenco rosa, la avoceta o el pato cuchara.


Comida en la Isleta del Moro


Un momento de la comida
© José Ángel Rodríguez

Volvimos a tomar el autobús dirigiéndonos al pequeño pueblecito de Cabo de Gata llamado La Isleta del Moro. Por la carretera pudimos observar estas tierras áridas donde sólo pueden vivir plantas adaptadas a este clima. Pasamos por dos montículos gemelos, los Picos de los Frailes, a los que los nativos del lugar les llaman Las Teticas de los Frailes, por su simétrica forma de pechos femeninos. Aproximadamente a las 14 h. llegamos a la Isleta del Moro. Dimos una vuelta por el pueblo mientras llegaba la hora de la comida, que fue en el Restaurante La Ola. La comida estuvo bien y más aún el ambiente de amistad entre nosotros. Desde la segunda planta del restaurante se veía muy cerca La Isleta del Moro que le había dado nombre a este pueblo. Según la leyenda, hace muchos años vivía un árabe en la isleta, el llamado Moro Arráez y cuentan que tenía un tesoro escondido.  Mientras, sentado en la mesa saboreando un trago de cerveza, no sé por qué  motivo las gaviotas sobrevolaban la parte superior de la Isleta del Moro. Quietas, sin esfuerzo físico alguno, flotaban en el aire gracias al viento que venía del mar. Me pareció que disfrutaban orgullosas de ese poder que les da la naturaleza..



Vestigios mineros de Rodalquilar


Después de la comida continuamos hasta la última parada del viaje, la visita al pueblo minero de Rodalquilar, donde están las instalaciones mineras de oro y la duna fósil del Playazo. Según datos de Ana, aun cuando esta minas eran conocidas y explotadas desde la antigüedad, para la extracción de plomo, en el año 1883 se descubrió oro en la mina “Las Niñas”, situada en el barranco del Lobo, a menos de un kilómetro del pueblo de Rodalquilar. La explotación industrial del oro comenzó en el año 1916, y estaba  dirigida por ingleses, los que dejaron en el pueblo importantes muestras de su arquitectura tradicional, como la iglesia o un campo de fútbol. En el año 1940, tras la Guerra Civil Española (1936-1939), todas las minas de la zona fueron nacionalizadas, hasta que en 1966 el INI, por medio de su empresa Adaro, cierra las minas de oro que poseía en el pueblo, .dejando de funcionar. Nos contó Ana que el motivo del cierre definitivo de todo el complejo minero se debía a la bajísima rentabilidad de la extracción. A pesar de que todavía quedan cantidades de este metal precioso, su concentración en la roca era tan baja que no hacía rentable el trabajo en este lugar. Se calcula que en los últimos años, de las minas de Rodalquilar, se estuvo extrayendo 5 gramos de oro por tonelada, lo que no lo hacía rentable.
 Una excursión muy amena donde pudimos experimentar que Almería no se ha estancado; rentabilizó el desierto de Tabernas, ya conocido en el mundo entero por servir de escenario a numerosos rodajes, especialmente de ‘espagueti western’, el aprovechamiento de su clima templado para producir hortalizas que abastecen a buena parte de Europa o la puesta en valor de sus parques naturales y monumentos históricos.
Ya de regreso, y mientras ascendíamos en dirección a Guadix por la A-92, tuvimos ocasión de divisar a lo lejos, en lo alto de la Sierra de Los Filabres, el observatorio astronómico de del Calar Alto, construido con fondos europeos en un enclave especialmente propicio para la observación de la bóveda celeste.

El autor de esta reseña cronológica, José Padilla Valdivieso
© José Ángel Rodríguez

sábado, 31 de mayo de 2014

   Como siempre, intento informaros de los lugares a visitar más significativos del Altiplano de Granada, pero si queréis una información mas precisa podéis solicitármela a mi e-mail: ferroturbaza@hotmail.com
             LUGARES DE MAS INTERÉS EN EL ALTIPLANO
   Museo arqueológico de Baza – Centro de interpretación Dama de Baza-Baños árabes de Baza.
Museos de Huéscar y Orce –Castellón Alto de Galera – Museo del esparto en Castillejar-Centro de interpretación de Dólmenes de Gorafe.

   En esta ocasión os presento el relato “Manuel”, de mi libro Vidas de Antaño, correspondiente con el mes de junio cuando empezaba la siega. Un trabajo muy duro en la década de los cincuenta y muy mal pagado. Con el tiempo todo se olvida y en homenaje a esta generación casi perdida y que tanto sufrió dedico este relato intentando que aquellas experiencias vividas no caigan en el olvido.

                                                                  MANUEL

    Entre cabras, gallinas y cerdos se crió Manuel. La sierra de Baza, con sus inviernos largos y fríos y sus veranos cálidos y frescos fueron el entorno de su niñez. Lejos quedaba la ciudad y sus padres le dieron la educación que pudieron con sus escasos conocimientos.  Manuel era un niño aislado y sin amigos pero no por ello menos feliz. Por eso en sus juegos siempre intervenían sus animales favoritos.
Desde muy pequeño se había interesado por todo lo que sucedía a su alrededor y ya comprendía muchos milagros de la naturaleza; veía venir al mundo cabritillos, ,pollitos o cerdos o se distraía contemplando las hormigas  que hacían en verano su recolección de trigo y otras semillas andando por sus caminos, llenando sus graneros  y protegiendo sus casas-hormiguero con un cráter de tierra alrededor del agujero. También sacaban el grano al sol cuando una tormenta lo mojaba o detenían su germinación cortando el brote, que intentaba vaciar el grano.
  Con siete años, Manuel ayudaba a sus padres guardando cabras y evitando así que se extraviaran o que comieran las hortalizas de la vega o los arboles pequeños en su primer verdor. Una de estas cabras era como su segunda madre porque Manuel, cuando sus padres no lo veían, llamaban a “Valenciana”, que así se llamaba, se tumbaba en el césped del prado y la cabra acudía. Entonces Manuel chupaba de sus pezones hasta saciarse de leche. Después Valenciana se iba tan contenta de haber descargado su hinchada ubre.
     En una ocasión, una cerda trajo al mundo siete cerditos, uno de los cuales nació muy pequeñito y sus hermanos le empujaban y no le dejaban chupar de la teta, por lo que al día siguiente el cerdito apareció apartado del resto, inmóvil y con los ojos cerrados. Como no respondió a los zarandeos ni al agua fría los padres de Manuel lo tiraron detrás del cortijo para que sirviera de alimento a los perros. El niño Manuel, que sabía poco de violencia y mucho de amor, sin que nadie lo viera fue a ver al diminuto animal comprobando que aún le quedaba un hilo de vida.
    A escondidas de sus padres se llevó el cerdito a los establos y lo abrigó en un pesebre con paja y unos trapos como si fuera un niño.         Después ordeñó leche de la cabra y metió varias veces su trompa en el tiesto de leche logrando que bebiera un poco. Como no se movía, lo dejó descansar y repitió la operación durante la tarde consiguiendo que bebiera cada vez más. Al día siguiente, aunque el cerdito no andaba, empezó a gruñir y a mover la cabeza. Cuando se retiraba un poco del cortijo se escondía al cerdito en el pecho y se contenía las cosquillas que le provocaba su trompilla helada.
   Pasaron los días y el cerdito se recuperó de tal manera que ya no había forma de sujetarlo y tomó tanto cariño al niño que lo seguía a todas partes. Manuel le puso por nombre “Merengue” por el tono blanquecino de su piel y la dulzura de su compañía. Cuando los padres se enteraron se quedaron admirados con la acción de Manuel.
   Merengue se hizo grande, más que sus hermanos de camada, y se salvó de ser sacrificado porque toda la familia acordó de dejarlo para semental o verraco.
Los años pasaron y Manuel creció y tuvo la oportunidad de asistir a las clases nocturnas que gratuitamente impartía un instituto del pueblo y pudo convivir con otros chicos de su edad, algo especial para vencer su enfermiza timidez. Aunque a simple vista parecía otro estudiante más, Manuel era distinto; seguía impregnado del aroma de los montes, de la sencillez de sus padres y vecinos y de la convivencia con sus animales, de los que había aprendido mucho.
   Muchas veces se preguntaba mirando el horizonte qué habría detrás de aquellas montañas. Manuel desconocía que detrás de aquellas montañas había otras y otros valles, mares, y gente con problemas y alegrías, con amores y desamores, como en todas partes, pero esto había que vivirlo. El afán aventurero es normal en la juventud, sobre todo cuando nunca se ha salido del lugar en que se vive. Así que Manuel se fue con sus tíos a la costa, donde había más oportunidades, y pronto empezó a ganar dinero.
   Manuel era una persona sencilla y sociable que confiaba en todo el mundo y esto le provocó numerosos desengaños. El esquema amoroso que tenía formado en su cabeza se rompió en mil pedazos al compararlo con la realidad que se encontró. Él era hombre de una sola mujer a la que respetaría, como ella a él, durante toda la vida, algo parecido a los compromisos que se imponen los novios al contraer matrimonio.
   Manuel vivía bien con sus tíos en Benidorm en una casa con huerto, desportillada y casi oculta entre grandes edificios. Tenía rosales, plantas de jardín, naranjos y limoneros que Manuel cuidaba por las mañanas antes de irse al trabajo, lo cual le venía bien, porque estaba  acostumbrado al campo y le distraía. Uno de los edificios colindantes era de apartamentos turísticos y una mañana que Manuel trabajaba en el huerto salió de la terraza de la primera planta una chica que le saludó.  Era una española que estaba de vacaciones y era muy bonita y simpática. 
   Desde aquella mañana Manuel empezó a charlar con ella todos los días. Lo bueno o lo malo del caso fue que a partir de ese día, cuando la vecina sentía que Manuel estaba en el huerto, salía a la terraza a charlar con él. Se notaba que saltaba precipitada de la cama echándose un camisón de seda por los hombros para el fresco de la mañana y salía a saludarlo, pero debajo sólo llevaba unas braguitas que se hacían un cordón entre sus muslos desplazándose a uno u otro lado y dejando ver por entregas el triángulo de los deseos. Manuel era un joven tímido y asustadizo, por eso evitaba mirar hacia arriba, y cuando lo hacía, esa imagen se fijaba en su mente como una película fotográfica que se revelaba en soledad de su cuarto y que no le dejaba pegar ojo.
   La española era muy bonita y liberal y Manuel la veía salir por las tardes con distintos amigos; no quería enamorarse de ella porque no admitía ser “segundo plato” de nadie y sufría al contener su forma de ser, su concepción posesiva del amor. Para hacernos una idea, Manuel no entendía que a un hombre no le gustara una mujer bonita y hasta creía que  los gays no existían. Por todo ello, aunque Las noches de Benidorm  suponían una tentación para alguien joven como él, no aceptó salir de marcha con su vecina. 
   En otra ocasión, un amigo de su padre que trabajaba de conserje tuvo que someterse a una delicada operación quirúrgica y buscó a Manuel como sustituto mientras se recuperaba. Manuel aceptó y recibió escuetas instrucciones  del funcionamiento y las responsabilidades de su nuevo trabajo.
En uno de los apartamentos vivía otra bella española, ésta de unos treintaicinco años, que pronto hizo buenas migas con Manuel; al ir o volver de la playa siempre le saludaba o se paraba para intercambiar unas palabras. Un día le dijo:  - Manolo, tienes que repararme la persiana. Cuanto antes subas mejor.
   Aquella tarde Manuel cogió las herramientas necesarias y subió a realizar el trabajo.  Pulsó el timbre, notó que le observaban por la mirilla y la puerta se abrió. Manuel no pudo evitar el sobresalto al ver a la mujer sólo llevaba puestos los zapatos de tacón, que realzaban aún más su esbelta desnudez.
-Pasa Manolo, no te cortes, que tu eres de confianza. A mí es que en casa me gusta estar cómoda. Me siento más libre si no me cubre ningún trapo, y con este calor… Pasa por aquí.
Manuel estaba aturdido, nervioso, y no paraba  de sudar. Cuando no se le caía el destornillador se le caían los alicates. Trataba de centrarse en la persiana pero la mujer no paraba de pasearse por el apartamento limpiando el polvo de la casa con el plumero, deteniéndose en las zonas más bajas del mobiliario.
-Señora,- acabó por decir Manuel- no me encuentro bien. Otro día terminaré de arreglarle la persiana.
   Manuel no podía asimilar lo que le estaba pasando y más creía que la mujer quería ponerle a prueba o reírse de él que ligar, por eso agachó la cabeza y se marchó, dejando a la mujer con una pícara sonrisa.
   Manuel volvió al pueblo algo insatisfecho; no encontró su media naranja. Le gustaban mucho las chicas pero su posesividad le perjudicaba en un mundo  en que decir “mi mujer” o “mi hombre “ ya se consideraba egoísta. Visitó el cortijo de la sierra donde se crió y se sintió desolado al ver el terrible abandono del lugar. La casa estaba en el suelo y las acequias de la vega llenas de zarzas y juncos. Se subió a un cerro y, desde lo alto, divisó los lugares que diariamente había recorrido.
Y que ahora estaban abandonados; la Cañada de la Caldera, donde criaban  el trigo necesario para hacer pan todo el año, donde de niño, segaban los hombres en las tardes de verano. Manuel ensimismado en su tristeza, se sentó sobre una peña y miró hacia abajo recordando la penosa faena de los segadores. Su mente retrocedió en el tiempo buscando ese bullicio alegre que ahora eran sombras. Cogió lápiz y una pequeña libreta y escribió unos versos a esos hombres que tanto sufrieron.

                                       VERANO

                           Es mediodía, el sol abrasa.
                           El chopo del barranco
                           tiene inmóviles sus ramas.
                           Nada se mueve…
                            Estoy en un montículo
                            Y abajo en las cañadas
                            siegan los campesinos
                            bajo sombreros de paja.
                            Suben saltando romeros
                            cantares de chicharras
                            y allá en el fondo,
                            se ven las bestias atadas.
                            El pelo les echa fuego
                            mientras bregan amoscadas.
                            Más abajo está el "ato"
                            con la comida y el agua.
                            Cuánto sufren, señores,
                           los hombres de la cañada
                           segando por la comida
                           Cuánto sufren, señores,
                           o por una mísera paga.

                                                  José Padilla Valdivieso  (años sesenta)


RECOMENDACIÓN: Chico, tú que eres joven y tienes facilidad para entrar en Internet, si vive tu abuelo, por favor no dejes de leerle este relato. Observa su cara mientras lo haces… cómo se ilumina al sentirse identificado con esta época.   

jueves, 1 de mayo de 2014

     

  
       INFORMACIÓN DE ALGUNOS FESTEJOS Y FIESTAS DE LA ZONA
  
  En Baza, del 1 al 3 las Cruces de Mayo, en la mayoría de los barrios de la ciudad.
    Como siempre, la visita al Museo Arqueológico, al Centro de interpretación de La Dama de Baza, los Baños Árabes y el recorrido de la ciudad por el centro histórico. Los precios suelen ser muy asequibles para todos nuestros visitantes.
   En este mes de mayo propongo a todos los que vengan a nuestros alojamientos  ofrecerles gratis la visita al Centro de Interpretación de la Dama de Baza, situado al lado de la antigua Basti, como también “La Crátera”, un restaurante decorado con motivos arqueológicos, ya que está al lado de donde se encontró la Dama de Baza, el Guerrero de Baza e infinidad de piezas cerámicas de aquella época. Este restaurante rural está rodeado de viñedos y dispone de una terraza jardín y de bodega propia. Os invitaré a un vino con alguna tapa típica como pueden ser las migas.
   También todos los que quieran venir están invitados a la romería que se celebra en el Royo del Serval Gor. Entrada señalizada por la Venta de Vicario a unos 3 Km. de la A-92.
                                                                   Día 11 de mayo de 2014

                                   ACTOS A REALIZAR
A partir de las 10 de la mañana visita a la ermita a nuestra Virgen de Fátima.
A las 13 h. Santa misa en honor a nuestra Señora de Fátima, amenizada por los coros rocieros “Aires de Gor”.
A las 14 h. Tapeo y sangría para todos los asistentes.
A las 16 h  Romería desde la ermita al cortijo del Obispo y posterior retorno.
A las  18 h  juegos para grandes y pequeños.

  OS ESPERAMOS EN ESTE LUGAR SITUADO EN EL PARQUE NATURAL SIERRA DE BAZA ENTRE ENCINAS Y PLANTAS AROMÁTICAS.


 En este mes de mayo para los aficionados a la literatura os ofrezco el relato  “ EL SUEÑO DE LA ENERGIA”

                                                     EL SUEÑO DE LA ENERGÍA
  Como la televisión nos recuerda constantemente, el deterioro de nuestro planeta Tierra, la crisis del petróleo y el derroche energético que todos hacemos en mayor o menor medida, empecé a pensar en ello con tal empeño que, cansado, terminé por quedar profundamente dormido. Y en mi sueño, como Don Quijote, quería arreglarlo todo a mi manera.                Soñé que la situación se había agravado hasta límites insostenibles; el aire era irrespirable y multitud de partículas en suspensión impedían ver las montañas cercanas. El agua potable era escasa, Los acuíferos estaban agotados por no tomar a tiempo las medidas necesarias y muchos animales habían desaparecido de nuestros campos, rompiendo peligrosamente la cadena biológica.                                                                
   Los políticos habían perdido el interés por gobernar porque había poco dinero que administrar y muchos problemas que resolver. La gente había comprendido que no debemos nada a los gobernantes de cualquier signo, que todo es una farsa, una comparsa de carnaval, y sólo confiaban en los científicos, que sí podían aportar soluciones a tanto problema.                                                                                             Sólo a los científicos, ingenieros o inventores les debemos el estado de bienestar.  ¿Quién ha inventado esas cosechadoras que siegan media campiña al día? ¿Saben los jóvenes de hoy la esclavitud que esto suponía para muchos hombres de aquella época?  Los tractores agrícolas, las excavadoras, los camiones basculantes y otros tantos inventos fueron los que nos llevaron a la prosperidad.
En mi delirio onírico muchas cosas habían cambiado; por fin habían colocado unos limitadores de velocidad en todos los vehículos y algunos agricultores instalaban en sus tractores gasógenos de leña como en los años treinta.
     En esta época inconcreta de mi sueño era poco usual ver gente corriendo por los caminos, y los gimnasios estaban más activos que nunca porque no cobraban por sus servicios sino que pagaban periódicamente a sus clientes. La cinta corredora había sido sustituida por una especie de noria impulsada por el hombre que generaba energía como el resto de la maquinaria del gimnasio. Esta energía producida por los que querían mejorar su cuerpo pasaba a la red y, como era una energía limpia, el Estado la pagaba muy bien, y al mismo tiempo concienciaba a todas a todas las personas de lo importante que era no dejar luces ni ningún tipo de aparatos encendidos innecesariamente.   La conciencia del ahorro y de reciclaje también se notaba en las granjas de porcino, acondicionadas con digestores que transformaban los purines de cerdo en gas metano y los residuos sólidos en abono para los campos. Al ser autosuficientes, estas granjas presentaban la ventaja de no contaminar los alrededores con filtraciones a los acuíferos o emanaciones de insoportable olor.                                                              
   Las comunidades autónomas, ante una crisis tan profunda, aparcaron los sentimientos separatistas y se ayudaron mutuamente con fondos para pagar a investigadores que fueran capaces de sacarlos del bache energético.
   Ajeno a todo esto, pero inevitablemente vinculado, aparecía en mi ensoñación un hombre de pueblo, sencillo pero despierto. No tenía una azada al hombro como pudiera esperarse ni era la personificación del atraso, todo lo contrario; se paseaba en un artefacto de aluminio, un platillo volante cuya parte superior estaba cubierta de células fotovoltaicas que activaban un esfera o núcleo en su interior que creaba una fuerza centrífuga superior proporcionalmente a la fuerza gravitatoria que el planeta imponía, por lo que flotaba suavemente. Unas pequeñas turbinas cambiaban su rumbo o lo impulsaban hacia delante. Este autodidacta se nutrió de los conocimientos científicos necesarios, especialmente en física, electrónica y mecánica y tomando piezas de electrodomésticos desechados construyó su propio artefacto volador. Pero  no se contentó del todo este hombre excéntrico y gran observador de la naturaleza, si no que pasaba las horas muertas contemplando el vibrante vuelo de las libélulas en un viejo estanque para lograr volar en el futuro con artefactos basados en su vibración.
    Al final de mi sueño el planeta fue dejando atrás su débil latido de enfermo agónico; los acuíferos olvidados del mayor predador se fueron rellenando con las precipitaciones, algunas fuentes manaron agua de nuevo y también la lluvia o la nieve recuperaron su inmemorial protagonismo durante las estaciones frías. Nuestro planeta, aunque convaleciente y malhumorado, empezaba a darnos algunas satisfacciones.

                                                                                                         José Padilla Valdivieso


(Relato inédito de mi archivo  06-02-2008)