En esta ocasión, próxima al mes de septiembre y a la
feria y fiestas de esta ciudad de Baza, incorporo a mi bloc el relato “Marivió”
de mi libro Vidas de Antaño. No
pretendo demostrar que aquellos tiempos 1956 y 1957 fueran mejores, solamente
os diría que eran distintos. Este relato está basado en hechos ocurridos hace
unos 58 años en esta feria y fiestas de Baza. Observareis como era la
adolescencia y el respeto que sentían los chicos por la mujer con un trato
exquisito y ejemplar.
En aquellos
tiempos, una mirada, el roce de una mano o una sonrisa era algo maravilloso
para muchos jóvenes, la felicidad no se compraba sólo se esperaba con paciencia
a que llegara y cuando esto sucedía de una manera natural el cuerpo y la mente
salían fortalecidos. Solamente en ocasiones un vaso de vino de poca calidad con
los amigos aliviaba las penas.
También quiero
agradecer y animar a los que visitan mi blog desde lugares tan lejanos como
Estados Unidos o Canadá, que comenten mis relatos, así me iré corrigiendo y
adaptando a las actuales generaciones.
MARIVIÓ
A continuación, relataremos el primer amor de
Eduardo. Así comprenderemos lo deprisa que ha avanzado este medio siglo. En
cualquier caso, el amor es un sentimiento siempre bello que sólo ha variado en
su grado de expresión; se ha pasado de la ingenuidad al descaro. Bendito
descaro si obedece a un sentimiento sincero.
Vino al pueblo
un pequeño circo llamado Marivió. Recorría muchos pueblos de de España desde
hacía varios años, siempre de feria en feria pregonando lo mismo pero en
distinto lugar para despertar la curiosidad de las gentes y hacerles pasar por
taquilla.
Era tan
pequeño el circo Marivió que el público dudaba de la calidad del espectáculo
pero ¿Quién se lo iba a perder por dos
pesetas? En el interior había unos muñecos mecánicos que divertían al público
con sus graciosos giros, el resto estaba en la puerta; una joven de unos
diecisiete años sentada detrás de una mesa de cristal que hacía de taquilla.
Desde allí lanzaba su voz cálida al viento con un micro en la mano. La sonrisa
en los labios y la hermosura de sus ojos, que eran los que sabían retener al
público mientras gritaba:
-¡Circo
Marivió! ¡Circo Marivió! Pasen cuando
gusten y salgan cuando lo deseen.
El timbre
suave de su voz se mezclaba con el trajín de la feria y atraía a más de un joven para admirarla. Se
llamaba Violeta, nombre de flor escondida y humilde. Dependía del público y por
eso tenía que estar expuesta a los ojos de la gente, pero tenía la timidez de
la flor que llevaba su nombre. Una flor tan bonita al borde de una senda por
donde no dejaba de pasar gente caprichosa duraría bien poco. En efecto, un
hombre de malas intenciones la estuvo acosando con una constancia increíble
hasta que despertó el corazón de Violeta. No es cosa difícil enamorarse en la
adolescencia y más cuando el hombre era del gremio y la seguía a todas partes.
El tiempo
demostró que no era amor lo que movía a su compañero, quizás era un deseo
caprichoso, la curiosidad o el orgullo de alcanzar una nueva meta y, conseguida
ésta, solo iba a buscarla cuando las cosas no le iban bien, usándola como
consuelo a su alborotada vida y destrozando su corazón sensible. Empezaron los
sufrimientos de Violeta. Era su primer amor quizás porque no tuvo oportunidad
de conocer a nadie más; solo estaba en un pueblo el tiempo que duraban las
fiestas. Su padre, hombre serio y conocedor de la vida errante le solía decir.
-No quiero que
salgas con ese hombre. Tu hermana que es mayor que tú y no tiene novio y a ti
no se te pasa el tiempo. Ya sentaremos
un día la cabeza; cambiaremos de profesión y podrás conocer clase de personas
que no estén tan maleadas de dar tumbos por el mundo. Hija mía, hace tiempo que quiero que se
pierda para siempre el nombre de Marivió y quiero que acabe limpio como ha sido
nuestra familia. Si no hay otro trabajo volveremos a la tierra. Hace cuatro
años que empezamos esta vida y estoy cansado, muy cansado. Quiera Dios que no
muera sin apartaros de los ojos maliciosos de la gente. Piensan mal de vosotras
porque tenéis que atraerlos con simpatía. Viciosos miserables. Que poca
moralidad tienen. No entienden que mi Maruja y mi Violeta son honradas porque
lo llevan en la sangre. Quisiera yo ver a sus hijas o hermanas en el ambiente
en vosotras vivís. Entonces comprenderían que la verdadera honradez es la que
se mantiene sólida, aunque esté envuelta en la maldad de esta vida. Tengo un
temor desde que te ví hablar con ese hombre; procura apartarte.
Diciendo esto
salió de la carpa, dejando a su hija en un doloroso silencio. Su padre tenía
razón pero quizá era un poco tarde y se sentía incapaz de contradecir al
miserable.
Una tarde
Violeta, sencilla y alegre, hacía propaganda como acostumbraba, cuando su novio
cruzó con una mujer de dudosa reputación. Una palidez mortecina asomó a su
rostro. Su voz hizo vibrar el micro al decir:
¡Oiga! ¡Oiga! Por favor…
Su hermana la
miró con indignación y Violeta dio un final distinto a su frase:
…saquen sus localidades.
Transcurrió un
año, durante el cual su pareja ya la abordaba. El amor que su amante había
logrado grabar en la inocente mentalidad de Violeta ya no existía, tan sólo
quedaba repulsión hacia el hombre que la había engañado y una profunda
desconfianza hacia todos los hombres. Pero Violeta callaba; si su padre hubiera
sabido toda la verdad, podría haber tomado una fatal decisión.
Una noche de
1957, Violeta conoció en un pueblo andaluz a un joven. Se llamaba Eduardo y,
como sabemos tenía el alma de un niño.
Hacía rato que
el sol no brillaba y las luces de Marivió lucían con esplendor. Todo era
alegría en las primeras horas de la noche. La gente paseaba, los tocadiscos
animaban el ambiente y los niños se montaban en el tiovivo o en los “caballitos
“como allí se les decía. Miraban indecisos todas las atracciones sin saber a
cual dirigirse. Los caballitos hipnotizaban a los más pequeños, cuyas ilusiones
danzaban al ritmo de sus giros. De repente, se fue la luz en la feria. Unos
gamberros no dejaban de molestar increpando a Violeta, que trataba de
disuadirlos sin demasiado éxito. Súbitamente, una voz recia pero bien modulada
ordenó:
- ¡Cerrad la boca,
cobardes! Habláis así porque tenéis las caras ocultas por la oscuridad pero a
la luz del día os avergonzaríais delo que estáis diciendo.
A estas
palabras siguió un silencio, pues todos creyeron que se trataba de una
autoridad. La duda no duró mucho porque la feria volvió a iluminarse y todos
pudieron ver que se trataba de un joven que, a juzgar por su aspecto, debía de
ser fuerte y ágil como un felino. Entonces
intervino el padre de Violeta, alejando definitivamente a los
gamberros y devolviendo todo a la calma
Mientras
Eduardo asistía al espectáculo Violeta se preguntaba quién sería ese joven tan
apuesto que la miraba de modo extraño y decidió darle las gracias cuando
acabara. Finalizado el espectáculo, la muchacha buscó con la mirada al joven
que la había defendido y, por fin, se destacaron entre la gente unos ojos que,
al mirarla, la estremecieron. Con la vista puesta en el suelo murmuró:
-
Gracias.
- No tiene importancia.
Cuando Violeta
levantó la mirada el joven había desaparecido y se quedó intrigada
preguntándose quién sería.
A la noche
siguiente, cuando ya había perdido las esperanzas de volverlo a ver, se
presentó Eduardo en la taquilla y le dijo:
-Señorita,
deme una entrada.- y al decirlo sonreía
de una manera amistosa.
Violeta se las
dio y, al coger las dos pesetas, halló entre ellas un caramelo. Alzó los ojos y
el joven insistió:
-Eso es para usted.
-Gracias pero… ¿Qué me da? ¿Se burla de mí?
-Nunca me burlo
de nadie. No lo tire, guárdelo. –y diciendo esto se alejó.
Violeta siguió
vendiendo entradas y, no pudiendo resistir la curiosidad, llamó a su hermana
para que ocupara su puesto. Deslió el envoltorio y empezó a desliar una
cuartilla. Se trataba de una carta y no de un simple caramelo, y decía así:
Admirada señorita:
Ante todo, pido perdón por permitirme el atrevimiento de querer su
amistad. También quiero decirle que si en algo puedo ser de su ayuda, disponga
de mí sin ninguna vergüenza.
Este es mi pueblo y esta es mi feria. Lo
que ya no es mío es mi pensamiento desde la otra noche. Yo me paseaba y me
divertía como todo el mundo cuando llegó a mis oídos una voz de mujer. Sentí
curiosidad por saber de dónde salía y llegué hasta su circo. Me empapé de su
simpatía y luego sentí sus ojos fijos en los míos al darme las gracias por
defenderla. No sé qué hay en el azul de
sus ojos, pero parecen tener una sabia experiencia, un fondo sencillo y sereno,
como las musas de los antiguos romances.
Pero dejaré de elogiarla para pedirle algo;
quisiera ser su amigo. Si lo consigo, podré decir que esta es la feria más
feliz de mi vida y que quedará en mi memoria un hondo agradecimiento hacia
usted.
Eduardo
Mientras
Violeta leía, su hermana Mari observaba como su rostro irradiaba alegría y le
preguntó.
- Le has gustado. ¿Verdad?
- Parece que sí. Mira lo que
dice.
Las dos leyeron de
nuevo la carta y Violeta le contagió su pueril alegría
- Pobrecillo, es casi un niño.
¿Te vas hacer su amiga?
- ¿Qué remedio me queda?
- ¿Y el otro?
- Ni me lo nombres.
- Entonces ¿Qué piensas hacer?
- No lo sé. Lo que si te digo es
que me guardes el secreto.
Mientras hablaban
alguien las estaba mirando; era Eduardo. Ellas se miraron sorprendidas, pues no
esperaban que volviera tan pronto.
- Me ha gustado su espectáculo,
señorita. Lo encuentro gracioso y entretenido. ¿Y usted? ¿Qué me dice de esa carta?
- Nada que también está muy bien
- Entonces ¿acepta mi amistad?
- Sí, pero dígame qué le ha
movido a dirigirse a mí, habiendo tantas chicas en la feria que ya quisieran que
usted les dijera algo.
- Eso es muy pronto para
explicarlo.
- Ya comprendo. Usted tendrá su
novia y en los ratos libres viene a divertirse con la niña del circo. ¿No es
así?
- No es así. He venido aquí por
algo que ni yo mismo sé, pero eso no quiere decir que no la estime.
- Pero si soy muy niña y muy
poquita cosa. ¿No le parezco feúcha?
- No tiene usted nada de fea para mí.
- Entonces ¿Se echaría una novia
como yo?
Al decir esto,
Violeta se quedó observando atentamente el rostro de Eduardo y advirtió que se
había sonrojado y que no se atrevía a contestar. Violeta se emocionó; hacía mucho
que no veía a un hombre ruborizarse ante ella y, antes de que hablara,
apostilló:
- Piénselo, que
estas cosas empiezan en broma y luego lo mismo duran para toda la vida.
- Sí comprendo. A pesar de todo,
estoy dispuesto a ser su novio.
Violeta se echó a reír
mirando a su hermana, que no andaba muy lejos, y después prosiguió:
- No amigo, esto ha
sido una broma. Es demasiado pronto para hablar de estas cosas. Además, mi vida
es muy diferente a la suya. Podemos ser amigos los días que esté por aquí, si
usted se porta como espero, y después me iré. Pero no se ponga así Eduardo. ¿No
es así como se llama?
- Sí es mi nombre, ¿y el suyo?
- Si se fija en el
nombre de mi circo verá que está formado por tres sílabas; las dos primeras
corresponden al nombre de mi hermana Mari, y la última al mío, Violeta por eso
el circo se llama Marivió
- ¿Y a quién se le ocurrió este
nombre?
- Fue a mi padre.
- Me gustaría que me lo
presentaras.
- No, ni pensarlo.
Lo que debemos procurar es que no nos vea juntos.
Así empezaron a
conocerse y cada día que pasaba sentían más tener que separarse. Violeta se
percató de esto y comprendió que no podía utilizar a aquel joven, apenas un
chiquillo dispuesto a todo antes de separarse de ella. “No puedo engañarle –se
decía – No tengo valor ni él se lo merece. Pero ¿para qué hacerse ilusiones con un hombre que
no puede ser para mí? Y el otro sigue
con sus amenazas porque no acepto sus caprichos y cualquier día lo pondrá todo
al descubierto. Dios quiera que lo que queda de honra pueda conservarla hasta
la muerte. Le he prometido que esta noche lo esperaría al cerrar la feria. ¿Por
qué lo he hecho? A la mejor es que siento algo por él. Pobrecillo, y me pedía
permiso para darme un beso. Mi vida entera se la daría yo. Pero para que
encariñarnos más, si no vamos a poder estar juntos, sí esta es la última noche
y mañana dejaré este pueblo. En fin, acudiré para hacerlo entrar en razón
aunque tenga que negar sus caricias.”
La feria se quedó
en silencio, las casetas fueron cerrando unas tras otras. También las luces de
Marivió se habían apagado. Eran las dos y media de la madrugada y en ese
momento sólo se oía la orquesta de la caseta municipal interpretando un
pasodoble que sonaba muy lejano. La noche percibe instintivamente la vibración
de un corazón que esperaba y los ojos de Eduardo buscaron, entre las escasas
luces, a alguien que no tardó en aparecer; era ella y esa noche estaba más
bonita que nunca.
- ¡Violeta!
- ¡Eduardo!
- No Eduardo, eso no. Me prometiste que sólo
era para hablar con conmigo.
El abrazo frustrado
de Eduardo dio paso a un gesto de dolorosa resignación y sus brazos cayeron
inertes a lo largo de su cuerpo.
- Violeta ¿Por qué
me rechazas? No te comprendo. Creí que tus ojos me decían que me querías pero
ahora veo que me equivoqué.
- Eduardo, no te engañaron mis
ojos. Hubiera sido mejor no conocerte porque me gustas pero no puede ser
Al decir estas
atormentadas palabras, su esbelto cuerpo pareció desplomarse un momento.
Eduardo la estrechó entre sus brazos y ella escondió el rostro en su pecho.
Allí murmuró palabras casi inaudibles, como si directamente quisiera comunicar
algo al agitado corazón de su compañero.
- Violeta. ¿Por qué lloras? No te preocupes. Iré donde tu vayas. Haré lo
que tú me digas pero deja que te dé un beso.
De pronto sintió un
cuerpo que se estremecía entre sus brazos y de aquella boca que tan cerca
estaba de la suya brotaron estas palabras:
- No
lo hagas Eduardo, te pesará después. ¡Déjame!
El joven la dejó desconcertado y ella rompió a
llorar y emprendió veloz carrera hasta llegar a su circo.
Días después: Sólo
quedaba de la feria el hueco vacio que antes ocupaban las casetas. La gente que
pasaba no se detenía y cada cual caminaba imbuido en sus tareas, como era
propio de los días laborales. Eduardo caminaba más despacio. Su cabeza
inclinada parecía buscar en el suelo algún objeto perdido. Llegó al lugar donde
había estado emplazado Marivió y se detuvo. Echó un vistazo a su alrededor y se
retiró lentamente mientras la brisa jugaba en torno suyo haciendo remolinos con
las hojas secas. Alguien se acercó
- Eduardo. ¿Qué buscas?
- Nada.
- Vente conmigo y tomamos unos vinos.
Se trataba de un amigo suyo que
hacía semanas que no veía, fueron a una tasca del pueblo.
- Cuéntame algo, amigo. Nunca te
vi tan triste.
- ¿Qué quieres que
te cuente? ¿Sabes? Me harías un gran
favor si me ayudaras a escribir unos versos a una mujer.
- Podemos intentarlo. ¿Para quién
son?
- Para esa chica del circo. ¿La conoces?
- La he visto.
- Es muy extraño el
comportamiento de esta chica. Bebe mientras te cuento la historia. –dijo
Eduardo.
Su amigo le escuchó en silencio y
pidió otra ronda.
-Amigo, tienes que
ayudarme expresando tus sentimientos sin reparos, porque es muy bonita esta
historia y me gustaría escribirla si me das permiso.
Los dos
permanecieron largo rato en el local imbuidos en la historia y su amigo
escribió este soneto:
Yo he conocido una gentil
Violeta
con sus ojos azules. Mi
corazón
se fue muy lejos, murió la
ilusión,
tan sólo me queda una
esperanza muerta.
¡Oh, mi más sencilla y amada
Violeta!
Muchas noches he soñado
tenerte
Junto a mi lado, volver a perderte
y, desesperado, hallarte inquieta.
Alejarte de ese ruido
mundanal
para asirte a mi vida, más
luego pensé:
“¿Más que el amor amará la
libertad?”
Entonces, en mi sueño yo
te solté
y, como una paloma que
desea volar,
. miró dulcemente y llorando se fue.
Posiblemente, este soneto llegaría a las
manos de Violeta y al leerlo lloraría amargamente. Eduardo, ajeno a la suerte
de Violeta, hoy es feliz con otra mujer junto a la que ha olvidado casi por
completo los recuerdos de aquella feria. ¿Y ella? ¿Seguirá soñando y rodando
por esos pueblos o habrá encontrado un árbol que le dé sombra? ¿La habrán
conducido los zarpazos de la vida a una completa deshonra? Yo no lo sé. ¡Pobre Violeta! Pero si tengo noticias de su
vida podré ofrecer a los lectores de esta historia la segunda parte de Marivió.
José Padilla Valdivieso