Como siempre, intento informaros
de los lugares a visitar más significativos del Altiplano de Granada, pero si
queréis una información mas precisa podéis solicitármela a mi e-mail: ferroturbaza@hotmail.com
LUGARES DE MAS INTERÉS EN EL ALTIPLANO
Museo arqueológico de Baza –
Centro de interpretación Dama de Baza-Baños árabes de Baza.
Museos de Huéscar y Orce
–Castellón Alto de Galera – Museo del esparto en Castillejar-Centro de
interpretación de Dólmenes de Gorafe.
En esta ocasión os presento el
relato “Manuel”, de mi libro Vidas de
Antaño, correspondiente con el mes de junio cuando empezaba la siega. Un
trabajo muy duro en la década de los cincuenta y muy mal pagado. Con el tiempo
todo se olvida y en homenaje a esta generación casi perdida y que tanto sufrió
dedico este relato intentando que aquellas experiencias vividas no caigan en el
olvido.
MANUEL
Entre cabras, gallinas y cerdos se crió
Manuel. La sierra de Baza, con sus inviernos largos y fríos y sus veranos
cálidos y frescos fueron el entorno de su niñez. Lejos quedaba la ciudad y sus
padres le dieron la educación que pudieron con sus escasos conocimientos. Manuel era un niño aislado y sin amigos pero
no por ello menos feliz. Por eso en sus juegos siempre intervenían sus animales
favoritos.
Desde muy pequeño se había
interesado por todo lo que sucedía a su alrededor y ya comprendía muchos
milagros de la naturaleza; veía venir al mundo cabritillos, ,pollitos o cerdos o
se distraía contemplando las hormigas que hacían en verano su recolección de trigo
y otras semillas andando por sus caminos, llenando sus graneros y protegiendo sus casas-hormiguero con un
cráter de tierra alrededor del agujero. También sacaban el grano al sol cuando
una tormenta lo mojaba o detenían su germinación cortando el brote, que
intentaba vaciar el grano.
Con siete
años, Manuel ayudaba a sus padres guardando cabras y evitando así que se
extraviaran o que comieran las hortalizas de la vega o los arboles pequeños en
su primer verdor. Una de estas cabras era como su segunda madre porque Manuel,
cuando sus padres no lo veían, llamaban a “Valenciana”, que así se llamaba, se
tumbaba en el césped del prado y la cabra acudía. Entonces Manuel chupaba de
sus pezones hasta saciarse de leche. Después Valenciana se iba tan contenta de
haber descargado su hinchada ubre.
En una ocasión, una cerda trajo al mundo
siete cerditos, uno de los cuales nació muy pequeñito y sus hermanos le
empujaban y no le dejaban chupar de la teta, por lo que al día siguiente el
cerdito apareció apartado del resto, inmóvil y con los ojos cerrados. Como no
respondió a los zarandeos ni al agua fría los padres de Manuel lo tiraron
detrás del cortijo para que sirviera de alimento a los perros. El niño Manuel,
que sabía poco de violencia y mucho de amor, sin que nadie lo viera fue a ver
al diminuto animal comprobando que aún le quedaba un hilo de vida.
A escondidas de sus padres se llevó el
cerdito a los establos y lo abrigó en un pesebre con paja y unos trapos como si
fuera un niño. Después ordeñó
leche de la cabra y metió varias veces su trompa en el tiesto de leche logrando
que bebiera un poco. Como no se movía, lo dejó descansar y repitió la operación
durante la tarde consiguiendo que bebiera cada vez más. Al día siguiente,
aunque el cerdito no andaba, empezó a gruñir y a mover la cabeza. Cuando se retiraba
un poco del cortijo se escondía al cerdito en el pecho y se contenía las
cosquillas que le provocaba su trompilla helada.
Pasaron los días y el cerdito se
recuperó de tal manera que ya no había forma de sujetarlo y tomó tanto cariño
al niño que lo seguía a todas partes. Manuel le puso por nombre “Merengue” por
el tono blanquecino de su piel y la dulzura de su compañía. Cuando los padres
se enteraron se quedaron admirados con la acción de Manuel.
Merengue se hizo grande, más que
sus hermanos de camada, y se salvó de ser sacrificado porque toda la familia
acordó de dejarlo para semental o verraco.
Los años pasaron y Manuel creció
y tuvo la oportunidad de asistir a las clases nocturnas que gratuitamente
impartía un instituto del pueblo y pudo convivir con otros chicos de su edad,
algo especial para vencer su enfermiza timidez. Aunque a simple vista parecía
otro estudiante más, Manuel era distinto; seguía impregnado del aroma de los
montes, de la sencillez de sus padres y vecinos y de la convivencia con sus
animales, de los que había aprendido mucho.
Muchas veces se preguntaba
mirando el horizonte qué habría detrás de aquellas montañas. Manuel desconocía
que detrás de aquellas montañas había otras y otros valles, mares, y gente con
problemas y alegrías, con amores y desamores, como en todas partes, pero esto
había que vivirlo. El afán aventurero es normal en la juventud, sobre todo
cuando nunca se ha salido del lugar en que se vive. Así que Manuel se fue con
sus tíos a la costa, donde había más oportunidades, y pronto empezó a ganar
dinero.
Manuel era una persona sencilla y
sociable que confiaba en todo el mundo y esto le provocó numerosos desengaños.
El esquema amoroso que tenía formado en su cabeza se rompió en mil pedazos al
compararlo con la realidad que se encontró. Él era hombre de una sola mujer a
la que respetaría, como ella a él, durante toda la vida, algo parecido a los
compromisos que se imponen los novios al contraer matrimonio.
Manuel vivía bien con sus tíos en
Benidorm en una casa con huerto, desportillada y casi oculta entre grandes
edificios. Tenía rosales, plantas de jardín, naranjos y limoneros que Manuel
cuidaba por las mañanas antes de irse al trabajo, lo cual le venía bien, porque
estaba acostumbrado al campo y le
distraía. Uno de los edificios colindantes era de apartamentos turísticos y una
mañana que Manuel trabajaba en el huerto salió de la terraza de la primera
planta una chica que le saludó. Era una
española que estaba de vacaciones y era muy bonita y simpática.
Desde aquella mañana Manuel
empezó a charlar con ella todos los días. Lo bueno o lo malo del caso fue que a
partir de ese día, cuando la vecina sentía que Manuel estaba en el huerto,
salía a la terraza a charlar con él. Se notaba que saltaba precipitada de la
cama echándose un camisón de seda por los hombros para el fresco de la mañana y
salía a saludarlo, pero debajo sólo llevaba unas braguitas que se hacían un
cordón entre sus muslos desplazándose a uno u otro lado y dejando ver por
entregas el triángulo de los deseos. Manuel era un joven tímido y asustadizo,
por eso evitaba mirar hacia arriba, y cuando lo hacía, esa imagen se fijaba en
su mente como una película fotográfica que se revelaba en soledad de su cuarto
y que no le dejaba pegar ojo.
La española era muy bonita y
liberal y Manuel la veía salir por las tardes con distintos amigos; no quería
enamorarse de ella porque no admitía ser “segundo plato” de nadie y sufría al
contener su forma de ser, su concepción posesiva del amor. Para hacernos una
idea, Manuel no entendía que a un hombre no le gustara una mujer bonita y hasta
creía que los gays no existían. Por todo
ello, aunque Las noches de Benidorm suponían una tentación para alguien joven como
él, no aceptó salir de marcha con su vecina.
En otra ocasión, un amigo de su
padre que trabajaba de conserje tuvo que someterse a una delicada operación
quirúrgica y buscó a Manuel como sustituto mientras se recuperaba. Manuel
aceptó y recibió escuetas instrucciones
del funcionamiento y las responsabilidades de su nuevo trabajo.
En uno de los apartamentos vivía
otra bella española, ésta de unos treintaicinco años, que pronto hizo buenas
migas con Manuel; al ir o volver de la playa siempre le saludaba o se paraba
para intercambiar unas palabras. Un día le dijo: - Manolo, tienes que repararme la persiana.
Cuanto antes subas mejor.
Aquella tarde Manuel cogió las
herramientas necesarias y subió a realizar el trabajo. Pulsó el timbre, notó que le observaban por
la mirilla y la puerta se abrió. Manuel no pudo evitar el sobresalto al ver a
la mujer sólo llevaba puestos los zapatos de tacón, que realzaban aún más su
esbelta desnudez.
-Pasa Manolo, no te cortes, que
tu eres de confianza. A mí es que en casa me gusta estar cómoda. Me siento más
libre si no me cubre ningún trapo, y con este calor… Pasa por aquí.
Manuel estaba aturdido, nervioso,
y no paraba de sudar. Cuando no se le
caía el destornillador se le caían los alicates. Trataba de centrarse en la
persiana pero la mujer no paraba de pasearse por el apartamento limpiando el
polvo de la casa con el plumero, deteniéndose en las zonas más bajas del
mobiliario.
-Señora,- acabó por decir Manuel-
no me encuentro bien. Otro día terminaré de arreglarle la persiana.
Manuel no podía asimilar lo que
le estaba pasando y más creía que la mujer quería ponerle a prueba o reírse de
él que ligar, por eso agachó la cabeza y se marchó, dejando a la mujer con una
pícara sonrisa.
Manuel volvió al pueblo algo
insatisfecho; no encontró su media naranja. Le gustaban mucho las chicas pero
su posesividad le perjudicaba en un mundo en que decir “mi mujer” o “mi hombre “ ya se
consideraba egoísta. Visitó el cortijo de la sierra donde se crió y se sintió
desolado al ver el terrible abandono del lugar. La casa estaba en el suelo y
las acequias de la vega llenas de zarzas y juncos. Se subió a un cerro y, desde
lo alto, divisó los lugares que diariamente había recorrido.
Y que ahora estaban abandonados;
la Cañada de la Caldera, donde criaban
el trigo necesario para hacer pan todo el año, donde de niño, segaban
los hombres en las tardes de verano. Manuel ensimismado en su tristeza, se
sentó sobre una peña y miró hacia abajo recordando la penosa faena de los
segadores. Su mente retrocedió en el tiempo buscando ese bullicio alegre que
ahora eran sombras. Cogió lápiz y una pequeña libreta y escribió unos versos a
esos hombres que tanto sufrieron.
VERANO
Es
mediodía, el sol abrasa.
El chopo del
barranco
tiene inmóviles sus
ramas.
Nada se mueve…
Estoy en un
montículo
Y abajo en las
cañadas
siegan los
campesinos
bajo sombreros de
paja.
Suben saltando
romeros
cantares de
chicharras
y allá en el fondo,
se ven las bestias
atadas.
El pelo les echa
fuego
mientras bregan
amoscadas.
Más abajo está el "ato"
con la comida y el agua.
Cuánto sufren, señores,
los hombres de la cañada
segando por la comida
Cuánto sufren,
señores,
o por una mísera paga.
José Padilla Valdivieso (años sesenta)
RECOMENDACIÓN: Chico, tú que eres
joven y tienes facilidad para entrar en Internet, si vive tu abuelo, por favor
no dejes de leerle este relato. Observa su cara mientras lo haces… cómo se
ilumina al sentirse identificado con esta época.
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